En 2030, la Organización Mundial de la Salud prevé colgarle el cartel de “enfermedad erradicada” a la Hepatitis C, una enfermedad vírica que ha pasado de no tener cura posible en la mitad de los casos a esfumarse por completo tras un tratamiento oral de solo 12 semanas.
Para hacernos una idea de la envergadura de la enfermedad, la OMS estima que al menos 71 millones de personas están infectadas crónicamente con el Virus de la Hepatitis C (VHC). Esto es, el virus está instalado en su hígado y lo mantiene permanentemente inflamado. La infección aumenta el riesgo de padecer diferentes patologías del hígado, incluido cáncer, lo que puede terminar en la muerte del paciente. En torno a 400 000 sujetos mueren cada año debido a la hepatitis C.
Hasta hace unos años, los tratamientos disponibles para la hepatitis C estaban basados en interferón, una proteína que actúa sobre el sistema inmune. Y eran tan poco eficaces que menos del 60% de los tratados se curaban. Para colmo de males, estos tratamientos eran de larga duración (más de 24 semanas), con gran número de efectos secundarios y se aplicaban mediante una inyección.
La cosa cambió radicalmente en 2015, cuando se empezó a disponer en España de los antivirales de acción directa, que bloquean la replicación del virus. Estos nuevos tratamientos que, combinan al menos dos antivirales, son muy eficaces (más del 95% se curan), de corta duración (menos de 12 semanas), seguros (pocos efectos secundarios) y se toman por vía oral. Todo ventajas, en definitiva.
Con esta nueva arma en nuestras manos, la Organización Mundial de la Salud se ha propuesto la erradicación del VHC para el año 2030. E insta a los países a invertir para alcanzar dicho objetivo.
Un caso de éxito veloz
El desarrollo de los antivirales de acción directa constituye un logro excepcional de la medicina moderna, ya que ha cambiado radicalmente el panorama de la hepatitis C. Para alcanzar este éxito en un período de tiempo relativamente corto (solo 30 años después del descubrimiento del virus) ha sido necesaria la colaboración de muchos profesionales de diferentes áreas, incluidos investigadores básicos, personal sanitario y compañías farmacéuticas.
Juntos han logrado que la hepatitis C haya pasado de ser una enfermedad crónica e incurable a una patología que podría desaparecer del mapa en pocos años. Con una ventaja añadida, y es que, a pesar del alto coste de los antivirales de acción directa, el tratamiento de la hepatitis C se considera rentable. Sobre todo porque el coste de los tratamientos se compensa con el ahorro en gasto sanitario por el descenso del uso de los recursos del sistema nacional de salud.
Demasiadas infecciones ocultas
En 2015 se estableció en España un “Plan estratégico para el abordaje de la hepatitis C” que ha permitido suministrar los antivirales de acción directa de forma general a todos los pacientes infectados. De hecho, es uno de los países del mundo que más pacientes ha tratado y curado. Y se prevé que España sea uno de los primeros países en conseguir la eliminación de la hepatitis C.
A pesar de este panorama claramente optimista, todavía quedan importantes desafíos por resolver. El principal de ellos es que una gran parte de las personas infectadas crónicamente con el VHC no saben que lo están y, por lo tanto, ni se hacen la prueba ni se tratan. Esto se debe a que la infección no presenta síntomas durante los primeros años: se mantiene oculta.
¿Cómo se soluciona? Una opción es el diagnóstico generalizado de toda la población. Y, si no es posible, al menos que abarque a grupos vulnerables con alto riesgo de adquirir la infección. A saber: usuarios de drogas, personas sin hogar, trabajadores del sexo e inmigrantes, entre otros. La utilización de nuevas tecnologías facilitará el diagnóstico de la hepatitis C fuera de los hospitales.
A por la vacuna
Otro hecho preocupante es que muchos pacientes se vuelvan a infectar con el virus después de haberse curado con antivirales. Además, no es raro que aparezcan variantes virales resistentes a los tratamientos. Por todo ello, parece improbable que pueda conseguirse la erradicación de la hepatitis C a nivel mundial sin desarrollar una vacuna.
Dar con esa vacuna no va a ser pan comido. Por la variabilidad del virus, por la falta de modelos animales adecuados para ensayarla y por el desconocimiento que tenemos de cuál sería la respuesta inmune que mejor protege frente al VHC.
Con todo y con eso, el listón no está muy alto. Se estima que una vacuna con una eficacia de solo el 30% podría tener efectos importantes en la transmisión del VHC. Sobre todo si se vacuna a un número elevado de personas de alto riesgo que todavía no están infectadas por el virus.